de mi temprana edad.
Siento escalofrios
de los pasados ajenos,
de noches y madrugadas
de llantos llenos.
De gritos sin clemencia,
de cuerpos quietos.
De tétricas miradas
de futuros huérfanos.
De madres perturbadas
que viudas serán luego.
Guadaña de la muerte!
que llamas en silencio
a puertas cerradas
con luces de linterna
y voces tronadas.
Duermen sus moradores,
tranquilas sus almas,
inetrrumpen su sueño
ruidos de pisadas,
murmullo de palabras
con venganzas humanas.
Se abren las puertas
y como hienas hambrientas
a ellos se lanzan,
juntando sus manos
con cuerdas amarran.
Entre amargos sollozos
breotan las lágrimas
cayendo a raudales
por las ventanas,
de tantas esposas
ya sin esperanza,
mirando el cortejo
como se alejaba
en las sombras
de la noche
casi de madrugada.
Abrazan a sus hijos
que inocentes descansan
regando sus cuerpos
con sudor y lágrimas
de aquella agonía
de desesperanza.
Por unos esbirros
de la sociedad ingrata,
sinm as juez que la noche
las estrellas de testigo
que miran sin habla
la sangre que brota,
inundando los campos
de una patria rota
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